Desarrollar en los niños la disciplina en cuanto a hábitos de aseo es una de las tareas que más suelen desgastar a las mamás, que casi siempre son las encargadas de esa labor. En este tema específico siempre hay dos momentos: el primero tiene que ver con la costumbre, la frecuencia y la repetición. Es decir, la formulación de la norma y el esfuerzo constante por no saltársela nunca, siempre en compañía del adulto responsable que va indicando qué y cómo hacer la tarea. El segundo momento se da cuando, más grandecito, es el niño por su cuenta el que debe cumplir con la rutina.
En ambos casos es importante considerar la que podríamos llamar la regla de oro del aprendizaje infantil: los niños aprenden jugando. En la primera etapa ayuda mucho que los implementos de aseo sean divertidos en formas y colores, y que se les atribuyen roles personificados: cosas como “Tu cepillo de dientes está triste porque hace rato que no juegas con él”, “Mira cómo se alegra tu jabón cuando llegas”, o “juguemos a que la esponja era un ratoncito que se escondía por todas partes”, hacen surja filiación con esos objetos y se naturalice la relación. El baño también es un momento excelente para que los pequeños vayan tomando conciencia de su cuerpo y aprendiendo acerca de su privacidad.
En la segunda etapa es buena idea plantear otro tipo de juegos que impliquen cuidado de los elementos y perpetúen las costumbres. Proponer competencias y retos, como “¿Será que mientras cuento hasta 20 alcanzas a lavarte los dientes y a dejar ordenado el baño?, “Vamos a ver cuál de los dos recoge el desorden y se pone primero la piyama”, ayuda mucho a que esas labores de cada día no terminen en cantaleta y, al revés, formen parte de la diversión.
Cada momento con el niño debe ser escenario de aprendizaje, en virtud a que la etapa de la infancia es la más propicia para absorber conocimientos y fijar conductas, ya que el cerebro está en pleno furor de desarrollo, y hay que aprovecharlo. Eso no significa que los momentos se tornan aburridos y dictatoriales, todo lo contrario: hay que jugar, siempre jugar, incluso cuando, como veremos más adelante, se trata de los hábitos de estudio y el aprendizaje escolar.
