Cuento: La momia que se volvió perezosa

Había una vez una momia que vivía en una enorme y bonita pirámide perdida en el desierto. Bueno, esta momia no vivía propiamente, pues como todos sabemos, las momias están muertas. El caso es que pasaba los días y las noches en aquella extraña vivienda, en la más absoluta soledad,  rodeada de arena y de lujosos objetos hechos en oro y piedras preciosas.

Momia

La pobre momia estaba siempre triste porque nunca recibía visitas ni tenía a quién mostrarle sus riquezas. Sin embargo nunca perdía la esperanza de que algún caminante que se hubiera extraviado en el desierto pasara alguna vez y se quedara un rato, aunque fuera muy corto, para charlar y tomar el té.

El problema, además de que en la pirámide no había té y tampoco agua, era que ni el más perdido habría llegado tan lejos, o mejor dicho, tan hondo, ya que la pirámide se hallaba hundida entre montones de arena.

La momia era muy antigua y había muerto hacía más de cuatro mil años, es decir, que no sabía mucho de las personas, y ni siquiera de las momias; por eso esperaba cada día a que llegara un visitante.

Momia

Como además era una momia muy bien portada, tenía la costumbre, cada mañana y cada noche, de cambiar sus vendajes para lucir siempre presentable. La tarea no era nada fácil, y la momia se tardaba horas y horas enrollando y desenrollando tiras de forma tal que recién terminaba de vestirse, ya era hora de ponerse la piyama. Pero a la momia le gustaba conservar sus buenas costumbres y quería verse muy elegante.

El problema era que como no había té, ni agua, y tampoco jabón, la momia no podía lavar sus vendajes, y después de cuatro mil años se veían muy sucios.

Momia

Aburrida ¡y muy cansada! de su rutina, y sobre todo de que siempre se quedara arreglada empezó a volverse perezosa. Poco a poco dejó de vestirse y desvestirse a diario y comenzó a hacerlo cada semana. Luego fue cada mes, luego cada año, luego cada siglo… y así, hasta que pasaron… Nadie sabe cuántos años.

Sin nada qué hacer, se dedicó a mirar los jeroglíficos que adornaban la pirámide, y pronto se convirtió en una lectora magnífica de aquel lenguaje. Era tanto lo que sabía, que pensó que habría de escribir un libro, o un diccionario de jeroglíficos…

El problema era que no había té, ni agua, ni jabón, ni papel, ni lápiz, ni colores, ni tinta, ni plumas… y mucho menos un buen portátil. Tampoco había electricidad, ni internet, ni un celular para hacer un pedido a domicilio.

Momia

La momia, aburrida y frustrada se puso a llorar. Poco a poco las lágrimas abundantes humedecieron los vendajes, y aunque no había agua ni jabón, la pobre momia empezó a limpiarse sin darse cuenta.

Entonces despertó… y descubrió que no era ninguna momia… era una niña que se llamaba Betty, y que hasta ese día había sido muy perezosa, y se la pasaba con unas ganas tremendas de no hacer nada. Comprendió que todo había sido una pesadilla y prometió que jamás volvería a aburrirse. De hecho, lo primero que hizo al levantarse fue escribir esta historia en una hoja de papel. De aquello ya han pasado algunos años, y hoy en día, es una conocida escritora de cuentos.

Momia

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