Había una vez un pequeño gatito que no tenía bigotes y vivía muy preocupado. Porque los gatitos necesitan sus bigotes para olfatear y saber de ese modo, si hay comida cerca o si lo que hay a la vista es algún peligro. El nombre del gatito era… Gatito. Un nombre muy, pero muy original.
En otro lugar había un joven, al que llamaremos Mostachín, preocupado por un asunto parecido. Él tenía 16 años y aunque a todos sus amigos ya les estaba creciendo barba y bigote y tenían que afeitarse hasta dos veces por semana, Mostachín tenía la piel lisa, tersa y sin sombra de pelo.
Mostachín sabía que el bigote y la barba son algunos de los rasgos que indican la diferencia entre un niño y un hombre, al igual que la voz gruesa. Por eso se angustiaba, pues le parecía que nunca habría de madurar, aunque la verdad, estaba bastante alto y su voz parecía la de un señor.
El mismo día y a la misma hora, pero en lugares distintos, Gatito y Mostachín se lamentaban frente al espejo por su “peludo” problema. Fue así como por pura casualidad, ambos exclamaron a la vez las palabras mágicas para llamar al hada de los deseos:
- Trompetín trompetán, quiero un deseo, param pam pam.
El hada de los deseos estaba muy ocupada, pero al escuchar aquellas palabras no tenía más remedio que aparecer. Como aun siendo un hada no podía estar en dos lugares al mismo tiempo, lo que hizo fue llevar a Gatito y a Mostachín hasta su reino, al que se entraba por los espejos.
Una vez Gatito y Mostachín estuvieron frente al hada, le explicaron que con urgencia necesitaba un bigote. El hada escuchó los deseos y se quedó un rato pensativa, pero no les explicó que por las leyes de la magia solo a uno de los dos podría concederle el deseo.
Entendió que un asunto tan delicado no estaba en sus manos, por eso mandó a llamar al Mago de los bigotes para que resolviera el problema.
Un dulce viejecito era el Mago de los bigotes, todos la llamaban Peluso porque estaba lleno de pelos de pies a cabeza. Él se rascó la cabeza con su varita mágica, que más bien parecía una brocha… llena de pelos, y así habló:
- Solo puedo conceder el deseo a uno de los dos. Le daré bigotes al que más los necesite.
Gatito explicó que sus bigotes eran necesarios para encontrar alimento, para sentir la presencia del enemigo, para captar la dirección del viento y orientarse en las noches, en fin… Eran indispensables para vivir.
Mostachín escuchó lo que decía Gatito y se sintió muy tonto. Le avergonzaba reconocer que él quería su bigote para… afeitarlo.
Así que cuando llegó su momento de hablar, respondió que había deseado un bigote para sentir que ya era grande. Pero que en realidad no lo necesitaba tanto como Gatito, así que estaba dispuesto a ceder el deseo al pobre animalito.
Peluso sonrió y le dijo:
- Tu corazón es generoso y bueno, Mostachín. No necesitas un bigote para demostrar que eres grande porque eres más grande y más razonable que muchos que tienen enormes bigotes. A Gatito le daré su bigote y a ti te daré el don de la sabiduría. A donde quiera que vayas, la gente te mirará y dirá “este es un hombre verdaderamente grande”.
Y así, Gatito y Mostachín terminaron su visita al reino de las Hadas. Cada uno con un don maravilloso, porque recordemos las hadas y los magos nos dan, no lo que deseamos, sino aquello que de verdad necesitamos.
Y colorín colorado… Esta peluda historia ha terminado.