Sara y Sarella
Aunque todos tenemos una sombra y estamos tan acostumbrados a ella, esta es la historia de Sara, una pequeña y extraña niña que tenía un terrible problema con su sombra: No la podía ni ver, le molestaba su presencia, odiaba que la persiguiera, según decía, y hasta la acusaba de “copietas”, pues vivía atormentada de ver que la sombra hacía siempre lo mismo que ella. En pocas palabras, a Sara le caía mal su sombra y vivía pensando cómo deshacerse de ella.
Cuando en la noche se apagaban las luces, y a algunos niños les entraba un poco de miedo, Sara se ponía feliz porque ya no veía su sombra, y pensaba que se había marchado a dormir a otra habitación. Pero si por un momento, por causa de la luna o alguna lamparita imprudente llegaba a verla, Sara estallaba llena de rabia.
Era tanto lo obsesionada que estaba Sara con su sombra que hasta le había puesto un nombre. Primero la llamaba “Ella”, y se quejaba de su presencia: “Ella me persigue”, “Ella no me deja en paz”, “Ella se copia de todo lo que yo hago”. Como le explicaron que no había ninguna “Ella”, y que la sombra era la misma Sara proyectada en la pared, en el asfalto o en el techo, le dio por darle un nombre que significaba que Ella era Sara, pero también ella, y decidió bautizarla como Sarella.
Sara (y también Sarella) vivían en un barrio de la ciudad, y como sabemos, en las ciudades siempre hay luces nocturnas. Pero un día se fue de paseo al campo y descubrió que allí las noches eran más tranquilas porque dejaba de ver a Sarella. Sin embargo, cada tanto Sarella aparecía para atormentarla.
Cerca había un bosque espeso y oscuro, y Sara, desobedeciendo a sus padres que le habían prohibido ir sola, se internó un día en el bosque, y para su alegría comprobó que Sarella no la seguía. Es que los árboles eran tan altos y tupidos, y se hallaban tan cerca uno del otro que no entraba la luz, y en consecuencia no se proyectaban las sombras.
Sara caminó y caminó, luego perdió la noción del tiempo hasta que se le hizo de noche. Quiso regresar, pero de pronto se dio cuenta de que estaba perdida. Tuvo un ataque de pánico y se puso a llorar.
Nunca se había sentido tan sola ni tan asustada, y sin saber por qué, extrañó a sus padres, a sus abuelos, a sus amigos, pero sobre todo, extrañó a Sarella que había sido su más segura compañía. La llamó, pero Sarella no aparecía, y por un momento, pensó que ya nunca más la vería y se sintió desconsolada.
Escuchaba ruidos confusos y atemorizantes e imaginaba miles de alimañas y fieras a su alrededor. Tenía hambre y frío, pero además, una tristeza muy grande. De repente unas luces lejanas empezaron a acercarse y lo primero que vio Sara fue la imagen de Sarella reflejada en el suelo, y por primera vez, se reconoció en su sombra y se puso feliz porque supo que sin importar lo sola que estuviera, siempre tendría a Sarella, es decir, A Sara, es decir, a sí misma para hacerse compañía.
Sus papás habían salido a buscarla y llevaban linternas. Al fin se encontraron y se abrazaron felices. Sara comprendió que las sombras, por terribles que parezcan, son una consecuencia de la luz.
Y colorín colorado…
Aunque todos tenemos una sombra y estamos tan acostumbrados a ella, esta es la historia de Sara, una pequeña y extraña niña que tenía un terrible problema con su sombra: No la podía ni ver, le molestaba su presencia, odiaba que la persiguiera, según decía, y hasta la acusaba de “copietas”, pues vivía atormentada de ver que la sombra hacía siempre lo mismo que ella. En pocas palabras, a Sara le caía mal su sombra y vivía pensando cómo deshacerse de ella.
Cuando en la noche se apagaban las luces, y a algunos niños les entraba un poco de miedo, Sara se ponía feliz porque ya no veía su sombra, y pensaba que se había marchado a dormir a otra habitación. Pero si por un momento, por causa de la luna o alguna lamparita imprudente llegaba a verla, Sara estallaba llena de rabia.
Era tanto lo obsesionada que estaba Sara con su sombra que hasta le había puesto un nombre. Primero la llamaba “Ella”, y se quejaba de su presencia: “Ella me persigue”, “Ella no me deja en paz”, “Ella se copia de todo lo que yo hago”. Como le explicaron que no había ninguna “Ella”, y que la sombra era la misma Sara proyectada en la pared, en el asfalto o en el techo, le dio por darle un nombre que significaba que Ella era Sara, pero también ella, y decidió bautizarla como Sarella.
Sara (y también Sarella) vivían en un barrio de la ciudad, y como sabemos, en las ciudades siempre hay luces nocturnas. Pero un día se fue de paseo al campo y descubrió que allí las noches eran más tranquilas porque dejaba de ver a Sarella. Sin embargo, cada tanto Sarella aparecía para atormentarla.
Cerca había un bosque espeso y oscuro, y Sara, desobedeciendo a sus padres que le habían prohibido ir sola, se internó un día en el bosque, y para su alegría comprobó que Sarella no la seguía. Es que los árboles eran tan altos y tupidos, y se hallaban tan cerca uno del otro que no entraba la luz, y en consecuencia no se proyectaban las sombras.
Sara caminó y caminó, luego perdió la noción del tiempo hasta que se le hizo de noche. Quiso regresar, pero de pronto se dio cuenta de que estaba perdida. Tuvo un ataque de pánico y se puso a llorar.
Nunca se había sentido tan sola ni tan asustada, y sin saber por qué, extrañó a sus padres, a sus abuelos, a sus amigos, pero sobre todo, extrañó a Sarella que había sido su más segura compañía. La llamó, pero Sarella no aparecía, y por un momento, pensó que ya nunca más la vería y se sintió desconsolada.
Escuchaba ruidos confusos y atemorizantes e imaginaba miles de alimañas y fieras a su alrededor. Tenía hambre y frío, pero además, una tristeza muy grande. De repente unas luces lejanas empezaron a acercarse y lo primero que vio Sara fue la imagen de Sarella reflejada en el suelo, y por primera vez, se reconoció en su sombra y se puso feliz porque supo que sin importar lo sola que estuviera, siempre tendría a Sarella, es decir, A Sara, es decir, a sí misma para hacerse compañía.
Sus papás habían salido a buscarla y llevaban linternas. Al fin se encontraron y se abrazaron felices. Sara comprendió que las sombras, por terribles que parezcan, son una consecuencia de la luz.
Y colorín colorado…