La banda de los monos

En un profundo rincón de la selva vivían muy contentos unos graciosos monos que se pasaban la vida entre saborear ricas frutas, brincar de rama en rama y chillar como… monos. Les encantaba el sonido de sus voces, y de tanto ensayar diferentes tonalidades, terminaron por convertirse en excelentes cantantes, y hasta aprendieron a tocar instrumentos musicales.

Cierto día, a uno de ellos se le ocurrió que podrían formar una banda de rock, o tal vez, tremenda orquesta, y la idea encantó a todos sus compañeros. Todo iba de maravilla hasta que hablaron de nombrar un director. Fue ahí cuando se armó la grande, pues todos querían dirigir la banda y no lograban ponerse de acuerdo.

¿Sabes el ruido que hacen 25 monos jugando?… pues ahora imagínate el ruido que hacen peleando. Cada uno insistía entre aullidos, piruetas y demostraciones musicales en quién era el más capacitado para dirigir la banda. Uno tocaba el tambor desenfrenado, otro soplaba una flauta a todo pulmón, otro rasgaba con furia las cuerdas de un violín, otro marcaba compases y blandía como espada la batuta, otro cantaba la escala musical do re mi fa sol la si, y que sí y que no. Ninguno prestaba atención al otro. Todo era una espantosa algarabía.

Tal alboroto asustó a los animales. Los pajaritos volaban asustados a sus nidos, las ardillas se escondían en sus madrigueras, las serpientes se enroscaban en sus cuevas, los peces se iban hasta el fondo del río y se tapaban los oídos con sus aletas de colores. También llegó la algarabía a oídos del Hada del conocimiento, una viejecita llena de arrugas y secretos que se las sabía todas.

El Hada llegó al lugar, para reprender a los monos, pero vio que una monita muy seria y educada se había retirado a cantar a la orilla del río, mientras con una varita dibujaba pentagramas y notas musicales en el agua. El Hada, muy inteligente, supo lo que tenía que hacer: nada. No tenía que hacer nada, sino dejar que los propios monos encontraran la solución. Solo para ayudarlos un poco iluminó con un relámpago el río, y todos los monos callaron a la vez.

Entonces oyeron el dulce canto de la monita, y uno a uno fueron acercándose, cada mono con su instrumento para acompañarla y con la voz muy afinada para entonar muy dulcemente la misma canción.

Así, cada uno fue descubriendo cuál era su talento. Pepe era un excelente guitarrista, Lisa era magnífica en el piano, a Migue le iba muy bien con el violín y a Sofi con las maracas. Lucho y Migue hacían un dúo precioso. Casi sin darse cuenta, todos empezaron a obedecer las instrucciones que la monita solitaria les daba con la varita, y luego todos tomaron la decisión: Gaby, así se llamaba la monita, sería la directora de la banda.

Si hoy en día pasas cerca de aquel río, puedes escuchar a lo lejos como suena la banda de los monos, y seguro que querrás ponerte a bailar con ellos.

Y colorín colorado…

En un profundo rincón de la selva vivían muy contentos unos graciosos monos que se pasaban la vida entre saborear ricas frutas, brincar de rama en rama y chillar como… monos. Les encantaba el sonido de sus voces, y de tanto ensayar diferentes tonalidades, terminaron por convertirse en excelentes cantantes, y hasta aprendieron a tocar instrumentos musicales.

Cierto día, a uno de ellos se le ocurrió que podrían formar una banda de rock, o tal vez, tremenda orquesta, y la idea encantó a todos sus compañeros. Todo iba de maravilla hasta que hablaron de nombrar un director. Fue ahí cuando se armó la grande, pues todos querían dirigir la banda y no lograban ponerse de acuerdo.

¿Sabes el ruido que hacen 25 monos jugando?… pues ahora imagínate el ruido que hacen peleando. Cada uno insistía entre aullidos, piruetas y demostraciones musicales en quién era el más capacitado para dirigir la banda. Uno tocaba el tambor desenfrenado, otro soplaba una flauta a todo pulmón, otro rasgaba con furia las cuerdas de un violín, otro marcaba compases y blandía como espada la batuta, otro cantaba la escala musical do re mi fa sol la si, y que sí y que no. Ninguno prestaba atención al otro. Todo era una espantosa algarabía.

Tal alboroto asustó a los animales. Los pajaritos volaban asustados a sus nidos, las ardillas se escondían en sus madrigueras, las serpientes se enroscaban en sus cuevas, los peces se iban hasta el fondo del río y se tapaban los oídos con sus aletas de colores. También llegó la algarabía a oídos del Hada del conocimiento, una viejecita llena de arrugas y secretos que se las sabía todas.

El Hada llegó al lugar, para reprender a los monos, pero vio que una monita muy seria y educada se había retirado a cantar a la orilla del río, mientras con una varita dibujaba pentagramas y notas musicales en el agua. El Hada, muy inteligente, supo lo que tenía que hacer: nada. No tenía que hacer nada, sino dejar que los propios monos encontraran la solución. Solo para ayudarlos un poco iluminó con un relámpago el río, y todos los monos callaron a la vez.

Entonces oyeron el dulce canto de la monita, y uno a uno fueron acercándose, cada mono con su instrumento para acompañarla y con la voz muy afinada para entonar muy dulcemente la misma canción.

Así, cada uno fue descubriendo cuál era su talento. Pepe era un excelente guitarrista, Lisa era magnífica en el piano, a Migue le iba muy bien con el violín y a Sofi con las maracas. Lucho y Migue hacían un dúo precioso. Casi sin darse cuenta, todos empezaron a obedecer las instrucciones que la monita solitaria les daba con la varita, y luego todos tomaron la decisión: Gaby, así se llamaba la monita, sería la directora de la banda.

Si hoy en día pasas cerca de aquel río, puedes escuchar a lo lejos como suena la banda de los monos, y seguro que querrás ponerte a bailar con ellos.

Y colorín colorado…

 

 

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