Durante miles y miles de años el Sol y la Luna se llevaron muy bien. Eran tan buenos amigos que mucha gente llegó a pensar que algún día se harían novios y se casarían. La gente tenía la razón, pues últimamente se trataban como enamorados, se pasaban horas hablando y se miraban uno al otro con ojos de amor.
El Sol empezó a levantarse más temprano cada día, para llegar antes de que la trasnochadora Luna se fuera a dormir. Algunas veces trataba de llegar escondido para mirar un rato a su amada sin que ella lo notara, pues quería saber que cosas hacía la Luna cuando él no estaba. Pero el Sol no puede llegar sin ser notado y apenas asomaba su carita por el horizonte, no solo la Luna, sino todos en el planeta lo veían luminoso y radiante… y entonces amanecía. Es por eso que cada vez el día comenzaba más temprano.
La Luna por su parte, después de alumbrar toda la noche y de ocuparse de sus muchas tareas, como; levantar las mareas en el océano, contestar las cartas que le escribían los enamorados de la tierra, transformar en lobos a los hombres lobo, cantar canciones a los perros que aullaban y acariciar con su magia los sembrados, quedaba muy cansada, pero igual se quedaba otro rato para charlar con el Sol.
Por la noche pasaba lo contrario: El Sol se hacía el bobo y no se marchaba cuando sonaba la campana, o sea un relámpago estelar que le avisaba que era hora de irse. Él se quedaba por ahí, mirando de reojo y esperando a la Luna. Ella, en cambio, cada noche tardaba más en llegar, pues se demoraba arreglándose y probándose sin cesar sus cuatro vestidos para ver con cuál luciría mejor. Los vestidos de la Luna eran plata encendido, plata creciente, plata menguante y negro, y de verdad que con todos se veía muy bonita.
Así, las noches se volvieron muy cortas y los días, muy largos. Y las personas de la tierra llamaron a aquel fenómeno, VERANO.
Pero como todos los enamorados tienen sus peleas, llegó el día en que el Sol y la Luna tuvieron un fuerte disgusto. Todo empezó porque él la llamó “caprichosa” y la acusó de tener una personalidad muy cambiante.
La culpa es tuya —dijo la Luna— porque no te tomas el trabajo de comprenderme.
El sol se puso rojo de la rabia y en lugar de tratar de comprenderla y ponerse en su lugar, se burló de sus vestidos y le dijo una cosa terrible que a ella la puso al borde del llanto:
Mira si no tendré razón, que a las personas que están locas las llaman “lunáticas
Lo que pasa —respondió la Luna— es que tú piensas que eres el único que tiene la razón. Te crees muy brillante y muy luminoso.
Al siguiente día el Sol llegó muy tarde para no encontrarse con la Luna, y se fue muy temprano, antes de que ella llegara. Como lo tomó por costumbre, los días se volvieron cada vez más cortos, y la gente de la tierra, llamó a aquello “INVIERNO”.
Pasado un tiempo les pasó la rabia y comenzaron a extrañarse. Los dos se arrepintieron de haber lastimado al otro, y un día durante un eclipse se pidieron perdón.
El Sol y la Luna volvieron a ser amigos, pero decidieron que era mejor no enamorarse de nuevo, porque la cosa sería para problemas.
De todas formas, a veces se quedan hablando en el amanecer y en el crepúsculo. Otras veces se marchan antes de volver a pelear. Por eso siguen existiendo el verano y el invierno, igual que la primavera que ocurre cuando el Sol y la Luna se acuerdan de su romance y llenan de flores la tierra; y el otoño, cuando se acuerdan de sus peleas, y hacen que las hojas se sequen y se caigan de los árboles. Pero en general, creo que han hecho las paces para siempre.
Aunque hay amores imposibles… la amistad siempre es un buen arreglo.
Y colorín colorado…