Tinta de araña

Durante muchos años David les tuvo miedo a las arañas, pero un día todo cambió… David estaba jugando con sus carritos en el patio, él tenía abierto sobre el piso un frasco de tinta para escribir sobre trocitos de cartón las señalizaciones, pues había armado con bloques de madera largas y complicadas carreteras por las que hacía circular los vehículos en miniatura.

Cuando, de pronto, vio que una enorme y peluda araña que caminaba debajo de la autopista principal. David iba a gritar como hacía siempre que uno de aquellos seres aparecía en escena, ya fuera en el patio de juegos, en el parque o en alguna de las muchas habitaciones que había en la casa de su abuela. Normalmente, después del grito acudían a donde su abuela, su tía Carmen, su tía Rosa o su mamá, todo un ejército de valientes mujeres que armadas hasta los dientes se hacían cargo del espeluznante animal. No es que todas las arañitas tuvieran un aspecto tan terrible, algunas eran más pequeñitas que una uña y todas eran inofensivas, pero a David todas le parecían así, espeluznantes.

Pero aquel día, antes de que saliera de su garganta un grito que alertara a todos en el barrio, David recordó que estaba solo en la casa, así que nada más se quedó paralizado por el terror. No podía apartar los ojos de la criatura (esta vez espeluznante de verdad) , no podía correr y no podía desmayarse aunque hubiera deseado hacer cualquiera de las tres. Fue así como mientras observaba notó que la araña también lo miraba con sus grandes ojos negros brillantes y que lentamente levantaba una de sus ocho patas a manera de saludo. El niño pensó por un momento que el temor estaba volviéndolo loco, pues no era posible que las arañas saludaran a los niños.

Sin poder despegar los ojos de la extraña visión, David permaneció atento a los movimientos de la araña que en ese instante y tras hacer lo que parecía una venia, saltó dentro del tintero, y mediante una increíble acrobacia regresó al cemento. La araña empezó entonces a trazar un curioso recorrido con el que iba dejando huellas de tinta a su paso y dibujando lo que parecían letras.

David ya sabía leer muy bien y no solo leía textos escolares y lecturas relacionadas con sus estudios. También pasaba muchas horas embebido en las aventuras de héroes, piratas, bandidos y magos, que encontraba en la biblioteca del barrio. Sin poder despertar de su asombro, el niño siguió la ruta del arácnido paseo y fue leyendo lentamente lo que iba escribiendo la araña: Me llamo Lola y lamento que pienses que soy espeluznante.

De este modo entablaron una larga conversación en la que David hablaba y la araña caminaba, alternando entre el piso y el tintero como si se tratara de una plumafuente que pudiera recargarse a sí misma. Se preguntaron y se contestaron cientos de cosas y al final de la tarde, eran los mejores amigos.

Lola supo que David soñaba con viajar por el mundo y llenar muchos cuadernos con sus diarios de viaje. David supo que Lola no siempre había sido una araña; que antes fue un dragón y un ave Fénix, que fue lluvia que cayó sobre los bosques y las montañas, que fue semilla y que creció en más de un jardín con forma de violeta y de azucena, y que solo muy recientemente, hace cien años nada más, se convirtió en araña. Al cabo de un rato la araña se despidió y le dijo al niño que siempre que abriera el frasco de tinta en aquel lugar, ella vendría para continuar hablando. Aunque el niño contó a su madre, a su abuela y a sus tías lo que había ocurrido ninguna le creyeron  y fue inútil que el frasco de tinta estuviera dispuesto, Lola no se presentó.

Al día siguiente, cuando David se quedó solo, Lola regreso y le explicó que esa clase de conversación entre niño y araña era como la que sostienen el lector y el libro, únicamente entre dos. De tarde en tarde, cuanto las mujeres de la casa salían a visitar a alguna vecina o iban de compras, David abría el tintero y esperaba la llegada de la araña. Lola le relató muchas de sus aventuras y poco a poco, David, que ya había sido un buen lector, fue convirtiéndose en uno de los mejores. Lola le enseñó que antes de que pudiera viajar por el mundo podría inventar historias y hacer como si fueran diarios de viaje, que para eso estaba la imaginación. 

Una tarde Lola se despidió de David, pero le dijo que no sería para siempre y escribió sobre el suelo estas últimas palabras: Me encontrarás en el tintero, en el teclado, en los libros y en toda cosa que sirva para leer y escribir. Aunque no me veas, viviré en tu cabeza tejiendo telas de fantasía en tu imaginación.

David nunca más tuvo miedo de las arañas, ni volvió a describir con el calificativo de espeluznante a nada que no conociera. Ahora sonríe cuando ve una arañita, sea del tamaño que sea y cuando mira una telaraña, piensa que en toda cabeza hay miles como esa esperando a ser descubiertas, porque son todas ellas, las huellas de algún viaje maravillosos.

Y colorín colorado…

Durante muchos años David les tuvo miedo a las arañas, pero un día todo cambió… David estaba jugando con sus carritos en el patio, él tenía abierto sobre el piso un frasco de tinta para escribir sobre trocitos de cartón las señalizaciones, pues había armado con bloques de madera largas y complicadas carreteras por las que hacía circular los vehículos en miniatura.

Cuando, de pronto, vio que una enorme y peluda araña que caminaba debajo de la autopista principal. David iba a gritar como hacía siempre que uno de aquellos seres aparecía en escena, ya fuera en el patio de juegos, en el parque o en alguna de las muchas habitaciones que había en la casa de su abuela. Normalmente, después del grito acudían a donde su abuela, su tía Carmen, su tía Rosa o su mamá, todo un ejército de valientes mujeres que armadas hasta los dientes se hacían cargo del espeluznante animal. No es que todas las arañitas tuvieran un aspecto tan terrible, algunas eran más pequeñitas que una uña y todas eran inofensivas, pero a David todas le parecían así, espeluznantes.

Pero aquel día, antes de que saliera de su garganta un grito que alertara a todos en el barrio, David recordó que estaba solo en la casa, así que nada más se quedó paralizado por el terror. No podía apartar los ojos de la criatura (esta vez espeluznante de verdad) , no podía correr y no podía desmayarse aunque hubiera deseado hacer cualquiera de las tres. Fue así como mientras observaba notó que la araña también lo miraba con sus grandes ojos negros brillantes y que lentamente levantaba una de sus ocho patas a manera de saludo. El niño pensó por un momento que el temor estaba volviéndolo loco, pues no era posible que las arañas saludaran a los niños.

Sin poder despegar los ojos de la extraña visión, David permaneció atento a los movimientos de la araña que en ese instante y tras hacer lo que parecía una venia, saltó dentro del tintero, y mediante una increíble acrobacia regresó al cemento. La araña empezó entonces a trazar un curioso recorrido con el que iba dejando huellas de tinta a su paso y dibujando lo que parecían letras.

David ya sabía leer muy bien y no solo leía textos escolares y lecturas relacionadas con sus estudios. También pasaba muchas horas embebido en las aventuras de héroes, piratas, bandidos y magos, que encontraba en la biblioteca del barrio. Sin poder despertar de su asombro, el niño siguió la ruta del arácnido paseo y fue leyendo lentamente lo que iba escribiendo la araña: Me llamo Lola y lamento que pienses que soy espeluznante.

De este modo entablaron una larga conversación en la que David hablaba y la araña caminaba, alternando entre el piso y el tintero como si se tratara de una plumafuente que pudiera recargarse a sí misma. Se preguntaron y se contestaron cientos de cosas y al final de la tarde, eran los mejores amigos.

Lola supo que David soñaba con viajar por el mundo y llenar muchos cuadernos con sus diarios de viaje. David supo que Lola no siempre había sido una araña; que antes fue un dragón y un ave Fénix, que fue lluvia que cayó sobre los bosques y las montañas, que fue semilla y que creció en más de un jardín con forma de violeta y de azucena, y que solo muy recientemente, hace cien años nada más, se convirtió en araña. Al cabo de un rato la araña se despidió y le dijo al niño que siempre que abriera el frasco de tinta en aquel lugar, ella vendría para continuar hablando. Aunque el niño contó a su madre, a su abuela y a sus tías lo que había ocurrido ninguna le creyeron  y fue inútil que el frasco de tinta estuviera dispuesto, Lola no se presentó.

Al día siguiente, cuando David se quedó solo, Lola regreso y le explicó que esa clase de conversación entre niño y araña era como la que sostienen el lector y el libro, únicamente entre dos. De tarde en tarde, cuanto las mujeres de la casa salían a visitar a alguna vecina o iban de compras, David abría el tintero y esperaba la llegada de la araña. Lola le relató muchas de sus aventuras y poco a poco, David, que ya había sido un buen lector, fue convirtiéndose en uno de los mejores. Lola le enseñó que antes de que pudiera viajar por el mundo podría inventar historias y hacer como si fueran diarios de viaje, que para eso estaba la imaginación. 

Una tarde Lola se despidió de David, pero le dijo que no sería para siempre y escribió sobre el suelo estas últimas palabras: Me encontrarás en el tintero, en el teclado, en los libros y en toda cosa que sirva para leer y escribir. Aunque no me veas, viviré en tu cabeza tejiendo telas de fantasía en tu imaginación.

David nunca más tuvo miedo de las arañas, ni volvió a describir con el calificativo de espeluznante a nada que no conociera. Ahora sonríe cuando ve una arañita, sea del tamaño que sea y cuando mira una telaraña, piensa que en toda cabeza hay miles como esa esperando a ser descubiertas, porque son todas ellas, las huellas de algún viaje maravillosos.

Y colorín colorado…

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