Saúl, el murciélago que vivía al revés

En una cueva profunda y oscura vivía muy feliz con su numerosa fomilia Saúl, un pequeño murciélago que todavía no había aprendido a volar. Los murciélagos, a menos que estén volando, permanecen colgados de cabeza agarrados de sus patas y con las los encogidos.

Es así como duermen, y por supuesto, ven el mundo al revés.

Es decir, nosotros creemos que ven el mundo ol revés, pero ellos seguramente están convencidos de que lo ven al derecho y de que somos nosotros los que miramos las cosas patas arriba… y ¿quién lo sabe?… tal vez hasta tengan razón.

Un dío, todos los murciélagos de la cueva salieron de poseo muy afanados, pues en el lelo se notaba que iba llover como nunca antes. Las nubes estaban negras, cargadas

de lluvia, se veían rechonchas y pesadas como si acabaran de comerse doscientos pasteles de chocolate y un barril de mermelada de relámpagos. Además, el viento oplaba muy fuerte y el sonido que provocaba era como si se acercara un ejército de avispas.

Como todo bebé, Saúl dormía profundamente y no se dio cuenta que los otros murciélagos salieron volando con mucho afán. Todos se fueron, sin haber despertado del todo al murcielaguito, que tenía por costumbre treparse a la espalda de un adulto y seguir durmiendo todo lo que durara el vuelo. Así que, se olvidaron de Saúl.

Cuando estaban muy lejos de la cueva notaron que Saúl no estaba. Todos los murciélagos pensaban que el pequeño viajaba en la espalda de otro, pero, al revisarse una y otra vez comprendieron que el murcielaguito no había llegado con ellos. Como ya el cielo rugía igual que un dragón, pensaron que tal vez, el murciélago dormilón había ido derrumbado de alguna espalda durante el vuelo, por una embestida del viento travieso y feroz

Lo peor, era que no tenían otro remedio que esperar. Pues todos estaban atrapados del otro lado de la tormenta Mientras tanto, en la cueva Saúl despertó y notó que todos sus hermanos y hermanas ya no estaban colgados de sus patas a su lado. Se asustó muchísimo, pues por un momento pensó que lo habían abandonado. Pero entonces escuchó un ruido de chillidos y un murmullo de potas que se rozaban y un montón de peludos presencias que se movían en el piso de la cueva.lba a gritar de felicidad, pero ntonces se quedó mudo de asombro: al parecer a todos los murciélagos les habían quitado las alas y sin poder alzar el vuelo se arrastraban sobre sus patitas de forma y muy gracioso. Alguna broma del hada de las olas, pensó el murcielaguito sin comprender muy bien.

La verdad, es que Saúl no se daba cuenta de que eran miles de ratones los que habían entrado a la cueva, para protegerse de la tempestad. Los estaba confundiendo con sus hermanos y hermanos. Así que el murciélago, empezó a llamar uno a uno a sus hermanos, pero desde luego, los ratones no le respondían o si lo hacían era para preguntarle una y otra vez «¿Quién eres tú? Al cabo de un rato, confundido y muy hambriento, Saúl decidió soltarse de sus potos y se dejó caer al vacio. acquire Por fortuna, un enorme y peludo almohadón de ratones lo recibió en el suelo. Entonces comprobó que aquellos no eran murciélagos, pero igual e alegró con su compañía.

El murciélago se hizo amigo de los ratones y los invitó a vivir en la cueva. Fue muy amable mientras les hablaba, pero siempre lo hacía patas arriba. Aunque los ratones lo invitaban a ponerse al derecho, Saúl se rela a carcajadas, porque según a él, eran ellos los que estaban al revés.

¿A quién se le ocurre andar con las patas en el suelo y la cabeza hacia arriba?, rela el murciélago, convencido de que sus nuevos amigos hacían esa pirueta para divertirlo.

La discusión sobre dónde es arriba y dónde es abajo duró muchas horas, las mismas que duró la tempestad. Lo único cierto es que los ratoncitos cuidaron y alimentaron a Saúl y que Saúl les ofreció el abrigo de su casita acogedora y seca.

Al final, todos habían aprendido que la verdad depende de los ojos con los que se la mire y que cada uno tiene una parte de razón.

Cuando terminó la tormenta regresó la fomilia de Saúl, ratones y murciélagos si abrazaron unos a otros. Y ninguno de ellos volvió a estar seguros de dónde es arriba y dónde es abajo, porque cada uno ve las cosas a su manera y lo importante es que todos nos ayudemos y nos respetemos.

En una cueva profunda y oscura vivía muy feliz con su numerosa familia Saúl, un pequeño murciélago que todavía no había aprendido a volar. Los murciélagos, a menos que estén volando, permanecen colgados de cabeza agarrados de sus patas y con las alas encogidas.

Es así como duermen, y por supuesto, ven el mundo al revés.

Es decir, nosotros creemos que ven el mundo al revés, pero ellos seguramente están convencidos de que lo ven al derecho y de que somos nosotros los que miramos las cosas patas arriba… y ¿quién lo sabe?… tal vez hasta tengan razón.

Un día, todos los murciélagos de la cueva salieron de paseo muy afanados, pues en el cielo se notaba que iba llover como nunca antes. Las nubes estaban negras, cargadas de lluvia, se veían rechonchas y pesadas como si acabaran de comerse doscientos pasteles de chocolate y un barril de mermelada de relámpagos. Además, el viento soplaba muy fuerte y el sonido que provocaba era como si se acercara un ejércitos de avispas.

Como todo bebé, Saúl dormía profundamente y no se dio cuenta que los otros murciélagos salieron volando con mucho afán. Todos se fueron, sin haber despertado del todo al murcielaguito, que tenía por costumbre treparse a la espalda de un adulto y seguir durmiendo todo lo que durara el vuelo. Así que, se olvidaron de Saúl.

Cuando estaban muy lejos de la cueva notaron que Saúl no estaba. Todos los murciélagos pensaban que el pequeño viajaba en la espalda de otro, pero, al revisarse una y otra vez comprendieron que el murcielaguito no había llegado con ellos. Como ya el cielo rugía igual que un dragón, pensaron que tal vez, el murciélago dormilón había sido derrumbado de alguna espalda durante el vuelo, por una embestida del viento travieso y feroz.

Lo peor, era que no tenían otro remedio que esperar. Pues todos estaban atrapados del otro lado de la tormenta.Mientras tanto, en la cueva Saúl despertó y notó que todos sus hermanos y hermanas ya no estaban colgados de sus patas a su lado. Se asustó muchísimo, pues por un momento pensó que lo habían abandonado… Pero entonces escuchó un ruido de chillidos y un murmullo de patas que se rozaban y un montón de peludas presencias que se movían en el piso de la cueva.Iba a gritar de felicidad, pero entonces se quedó mudo de asombro: al parecer a todos los murciélagos les habían quitado las alas y sin poder alzar el vuelo se arrastraban sobre sus patitas de forma extraña y muy graciosa. Alguna broma del hada de las alas, pensó el murcielaguito sin comprender muy bien.

La verdad, es que Saúl no se daba cuenta de que eran miles de ratones los que habían entrado a la cueva, para protegerse de la tempestad. Los estaba confundiendo con sus hermanos y hermanas. Así que el murciélago, empezó a llamar uno a uno a sus hermanos, pero desde luego, los ratones no le respondían o si lo hacían era para preguntarle una y otra vez “¿Quién eres tú?”.

Al cabo de un rato, confundido y muy hambriento, Saúl decidió soltarse de sus patas y se dejó caer al vacío. acquire Por fortuna, un enorme y peludo almohadón de ratones lo recibió en el suelo. Entonces comprobó que aquellos no eran murciélagos, pero igual se alegró con su compañía.

El murciélago se hizo amigo de los ratones y los invitó a vivir en la cueva. Fue muy amable mientras les hablaba, pero siempre lo hacía patas arriba. Aunque los ratones lo invitaban a ponerse al derecho, Saúl se reía a carcajadas, porque según a él, eran ellos los que estaban al revés.

¿A quién se le ocurre andar con las patas en el suelo y la cabeza hacia arriba?, reía el murciélago, convencido de que sus nuevos amigos hacían esa pirueta para divertirlo.

La discusión sobre dónde es arriba y dónde es abajo duró muchas horas, las mismas que duró la tempestad. Lo único cierto es que los ratoncitos cuidaron y alimentaron a Saúl y que Saúl les ofreció el abrigo de su casita acogedora y seca.

Al final, todos habían aprendido que la verdad depende de los ojos con los que se la mire y que cada uno tiene una parte de razón.

Cuando terminó la tormenta regresó la familia de Saúl, ratones y murciélagos se abrazaron unos a otros. Y ninguno de ellos volvió a estar seguros de dónde es arriba y dónde es abajo, porque cada uno ve las cosas a su manera y lo importante es que todos nos ayudemos y nos respetemos.

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